Ayer, en medio de un reporteo, me encontré con un compañero de colegio. Andaba con dos de sus TRES HIJOS. Y claro más que llamarme la atención su camada, fue su cara de pobre hombre. Canoso, cuando era el más rucio del curso. Flaco, cuando le decíamos el guatón Pérez. Amargado, cuando las minas lo tenían por payaso. Y callado, cuando no dejaba de hablar ni pa los velorios.
"La edad viejito", me decía.
Anda a cagar, respondí presto. Como se le ocurre hablar de la edad, si yo todavía siento que me queda algo que aportar. Se pasó el tonto pa pesimista. Si son apenas...35 años este enero. Bueno en realidad pudiera estar comenzando a vivir la mitad de mi vida. Pero al diablo. No voy a parar a mirar atrás. Es de locos. Igual me siento joven. Aunque me duele un poquito más que antes la espalda al levantarme. Se me cae el pelo. Me duelen los pies después de media hora sentado.
Pero no. Eso no es motivo para echarse a morir. No, no, no. Por el contrario. Uno tiene que darse cuenta de que esas son señales de que hay que poner segunda. Hacer el cambio. Se acabó la vida disipada. Bienvenida la vida de cuidados y dietas livianas.
Bueno eso por hoy. No estoy inspirado. Quizás después de las elecciones esté mejor.
