Perdóneme que le diga. Déjeme que le cuente. Porque también cosecho historias.
Claro que la de ahora no es tan mía. Es la vida de mi viejo, del papá, del veterano. Del que alcanzó a robarle 68 años al destino. De ese que nació en el norte mineral Como José Raúl y que a poco andar ya no era el "Rulito", sino que "Jimmy Dalton". Émulo de Presley, amigo de sus amigos y decidido compadre de la aventura.
Un hombre bueno. Claro, todo finado lo es. Pero en este caso, déjeme decirle que de verdad era bueno. Desprendido, como el solo. Abogado de causas perdidas. Capaz de ayudar a alguien que había conocido hacía media hora.
Fue de todo. Profesor, árbitro, piloto de avionetas, inventor y buen marido. Pero también una serie de otras cosas entretenidas que se encargaba de recordar una y otra vez, como el protagonista de "El gran pez".
En fin. Apasionado y culto. Enemigo de la injusticia. Infaltable militante de la fiesta y el bailongo. Parrillero fino. Elegante conversador. Mejor cantante. Claro, si por eso se hacía llamar "Jimmy Dalton". Nombre artístico que lo paseó por tardes de bandas en el Caupolicán y en un par de radios.
Pero más allá de todo, soñador. De rostro amable. Sonrisa linda.
Lo extrañamos. Pero más temprano que tarde todos los recuerdos se juntan. Todas las almas se encuentran.