París, 11 de noviembre 2007
Qué desastre, mujer, qué desastre... Aunque te sabías las canciones. No bastó, mujer. Por eso no fue tan condensado el amor. Por eso se fugaron de dos en dos las palmas doradas que mantenían de concreto las promesas.
Así, te fuiste haciendo mi enemiga. Enemiga de las palabras. Y te fuiste por la ribera pálida del olvido. Con tu cartera mínima y tres enormes dudas. Con la sed del que no sabe qué tomar. Con el hambre.
Qué desastre, mujer, qué desastre... No puedo verte ni en pinturas. No puedo mirarte más. No me puedes seguir anclando con garfios de papel celofán. Puedes subir, como la marea. Pero ya no irás de día hacia mis ojos. Quizás de viento apenas.
Lo llamamos amor. Pero el final del día decía rutina. Le dijimos familia. Pero a la mañana siguiente no había ni el más mínimo de los menos esperados besos.
Cuántas veces prometimos. Cuantas se nos escaparon.
Fueron a penas cuatro acordes los que bastaron. Y así se nos abrió la vida. Se nos quebraron las manos. Se nos rompieron las huellas.
Dejamos risas huérfanas. Dejamos dibujos sin color.
Qué desastre, mujer, qué desastre... Busqué tanto tiempo entre los papeles que se aburren sobre la mesa. Busqué dos palabras que pudieran devolverme un poco de ti. Pero no.
Así es cuándo nos toca partir. Así es.
El perfecto romance entre adiós y fin.
1 comentario:
bienvenido!!! lo pongo en exclamaciones, aún cuando te trae de vuelta por ahí, la tristeza,
pero vamos haciendo catarsis, que pa eso la pantalla
aguanta.
y harto...
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