"La vida es emprestá" le dijo el león a la culebra. "Así no má", respondió la bicha queriendo bostezar. Y siguieron paseando por debajo del cerezo. Vino la lluvia y el frío también.
Al pasar los años, nuevamente el selvático monarca repitió la frase, esta vez con un par de dientes menos y sin la astucia de su mente joven. "La vida es emprestá", sentenció con experiencia.
Y la culebra, como antaño, lo miró y le dijo: "Así no má". Y continuaron su viaje a las verdes praderas. A mirar como mueren las estrellas.
Después de mucho invierno y otras tantas primaveras, el que fue alguna vez aprendiz de gran felino, volvió a repetir su frase: "La vida es emprestá". Ya poco se acordaba por qué la decía. No tenía su melena y la cola la tenía pelá. La serpiente lo miró con el ojo bueno que a esas alturas le quedaba y como siempre le dijo: "Así no má".
Una mañana fresca, después de mucho vivir,el león se quedó dormido y muy dormido. Tremendamente dormido, irremediablemente dormido.
Su amiga la serpiente lo miró y le susurró: "Así no má". Y en el pasto lo dejó. Lo dejó entre ramas. A los pocos días la víbora longeva se sentó a descansar. También le vino el sueño del que no se vuelve má.
En el má allá conversaron el león, la bicha y no se quién diantres má. Entonces el gato grande volvió a decir la misma payasá: "La vida es emprestá". Lo miró la culebra, un mono y dos lagartos de río. Entre todos le respondieron: "Así no má".
Ahí el león se dio cuenta de la tremenda embarrá, perdió toda la vida pensando que la vida no era ná.
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