No sirvo para contar cuentos. Menos para hacer cartas amables. No tengo tiempo de decir qué busco ahora que ya tengo más de 30. No se separar el agua del aceite. Tampoco aprendí a sumar logaritmos. No tengo la paciencia de santo. Y de amigo creo que sólo entiendo las dos primeras letras. No se cómo se me ocurren estas cosas. Sólo se que empiezo con la primera sílaba y termino con la última.
No pude aprende a pedir perdón, porque no se siquiera qué tiene que ver con mi vida.
Siempre me equivoco. Al no recibir esa cucharada de crema pastelera. Al molestarme por encontra el cable del Mac botado en la alfombra. Al no apreciar los abrazos. Siempre me equivoco. Porque al final se pierden. Todas esos gestos se van. Mis metas no van más allá del martes ahora que es lunes. Ni antes del jueves que espero siempre venga después de mis miércoles.
No se entender a la gente que me dice que pare un poco. No creo en brujos caray!!!
No se unir el pasado reciente con mis nostalgias. No puedo esperar un poco de paz cuando yo mismo la alejo. No se si me entienden o si me entiendes. Pero tampoco espero que el cielo baje un rato a conversar sobre mis deudas. Se que tengo que dejar que pase el tiempo. Pero siendo tan tacaño con la vida tampoco esperen que me de vuelta a mirar mis errores.
Tengo una carta desesperada por llegar a su destino. Una canción atorada entre el pulgar y la segunda falange de mi terror.
No me gustan las segundas partes, pero creo que he sacado carné de manejar las emociones.
Me tiembla el nervio, se me escapan las tormentas, me he quedado por fin con las situaciones y no con los momentos. Con las esperas y no con los caminos. He bebido una botella o más de olvido y aún así me falta coraje. Me siento débil y conciente.
Debe ser la hora. Son las seis de la mañana y apenas puedo entender cómo puedo vivir en una casa chica que tiene tanto espacio por conquistar.
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