martes, 14 de agosto de 2007

Érase otra vez


Hasta la brisa tenía frío cuando puso su llave en la chapa. La escarcha medio fugitiva se movía por la ventanilla del auto y apenas le rozó la mano. No quería el hielo distraerlo, porque ella lo estaba mirando. Lo miraba desde la escalera de madera y fierro justo al lado del portón verde.
Ella tenía una flor de madera en la mano. Y la movía como un ramo artificial de despedida.
En fin. Había sido exactamente la noche que había esperado desde la escuela. Cuando se escondían debajo del escenario del gimnasio. Allí donde aprendieron a besarse cuando apenas tenían porte para alcanzar las llaves de agua de los bebederos del baño.
Se habían prometido un encuentro que tardó 15 años. Un encuentro que se había fugado junto a las aspas del ventilador del camarín donde conocieron el morbo.
Era una promesa. Se tenían que ver alguna vez para pasar la noche juntos. De esa promesa infantil nació esa noche blanca. Esa noche agitada. Esa noche en que descubrieron que la anatomía es sólo una palabra seca y pasiva.
Habían pasado del comedor, al sofá. Del sofá directo a la alfombra. Sin escalas. Era un viaje directo a la más inocente acción erótica.
La noche tenía dos condiciones. No llorar y no hablar del futuro. Por eso se dedicaron a recorrer el piso con sus más suaves anhelos.
Se dijeron de todo. Se gritaron incluso.
Y al final estaban tan acompañadamente solos, que repitieron las mismas frases que aprendieron cuando eran niños. Cuando apenas sabían cómo diablos se tenían los hijos.
Ahora no. Ahora estaban claros. A el le faltó sólo besarla en los codos. A ella no le faltó nada. Siempre fue más aplicada. Y no se hicieron de rogar las miradas apenas dibujadas por unas velas pobres.
Les juro que esa noche se amaron.
De verdad no querían separarse más.
Pero como siempre. Como en toda historia, el final insistente e imparable golpeó a la puerta de sus caricias.
Al final se rieron. Porque sabían que vendrían muchas noches mas. Pero lo más importante: muchos días más. Muchos "te quiero" que no se deshacen en el rocío de la mentira.
Por eso el tomó sus cosas y se fue. Camino a casa puso la radio y la misma canción que escucharon al principio de la noche se puso a sonar totalmente pura. El se rió un momento. Porque sabía que ella también estaba escuchando la misma radio. Y si no era así, el tendría la oportunidad de cantarle una canción apenas después de que se escapara el sol.

2 comentarios:

Millarahue dijo...

Qué romántico! Tu historia me entibió la fría tarde. Me encantó la historia!

:: ritalin :: dijo...

Uuuuf, eso es inspiración pura. Grande!
Que ganas de andar inspirado. Que ganas.