Claro que el martes, eso fue distinto. La mujer de contorno dedicado y labios de pecado y muerte, no apareció. Pasaron horas de fantástica angustia, y ni luces de Frida.
Sus peores predicciones comenzaron a rondar la soledad del cuarto de dos pesos que arrendaba en el sector de Irarrázaval con Bustamante.
Llamó una y otra vez a la casa de Frida. Incluso al celular, sabiendo que no lo podía hacer, menos un día de semana.
Hasta que dieron las diez de la noche y se levantó de la cama. Cojeando se acercó a la ventana, como esperando sentir el aroma de una Frida perdida en el tiempo que se acercaba a su mísera residencia.
Bajó las escaleras. Y se fue caminando hacia el centro para ver si se topaba con Frida en el camino. Tenía claro que eso era casi imposible.
Pero la astucia del destino lo iba a sorprender.
Cuando llegó a la Alameda, pasó frente al boliche en que Frida y él habían decidido vivir juntos. Era un local pequeño, pero con la mejor piza de Plaza Italia. Se arregló el sombrero y cuando estaba por atarse el cordón de un zapato, miró hacia el restorán y una luz criminalmente reveladora le partió el cuesco del cariño al ver a su Frida tomándole la mano a otro sujeto en una de las mesas del antro aquel.
La saliba le causó un trombo en la garganta. El temblor de las manos fue telúrico. El sueño de su vida se quebró como el vaso que junto a Frida dejó caer por accidente uno de los mozos en ese momento.
Se ajustó el cinturón y el orgullo. Se sacó el sombrero y la pena. Y entró al negocio a mirar de cerca a su Frida, la misma que le decía un día ates que la mentira era un fugitivo reincidente y mortal.
De a poco se acercó a la pareja. Con la mirada clavada en la rosa que descansaba entre Frida y su compañero. Llegó hasta ellos y les dijo: "Buenas noches...Esta rosa, ¿de qué jardín es?".
Extrañado el amante de Frida no pudo sacar la voz.
La mujer saltó de la mesa, miró a su en ese momento ex amor, y se fue caminando rápido hacia la Alameda.
El la dejó ir. También no puso reparos para que el novio de la mujer saliera corriendo.
Se quedó con la rosa y llamó al garzón. Cuando estuvo cerca le dijo en voz baja: "Una mineral sin gas, por favor".
Llegó su agua y la destapó con la lentitud de una tortuga adormecida.
Llenó un vaso alto lleno de hielo y brindó, hizo un salud interior. Brindó por su mala suerte, por su falta de coraje, por las mil mentiras, por la última noche, por haber salido de la casa, por la bella cara de Frida.
Se tomó el agua, pagó la cuenta y se fue caminando por Bustamante.
Llovía un poco y a poco de andar encontró a un joven sentado en un escaño de parque. Estaba muerto de la risa. Parecía un loco recién escapado del sanatorio.
Le preguntó: "¿Qué te pasa? ¿Tan feliz es tu vida?".
"Si -dijo el joven-, mucho, porque hace media hora hice lo que siempre quise y sin ningún remordimiento".
"¿Y qué fue eso, qué fue lo que hiciste?", dijo él un poco asustado.
El muchacho ya de unos treintitantos le dijo simplemente: "Me puse a vivir, jajajajaj, a vivir!!!!!".
"Qué bien", dijo él, y cómo te llamas, para saber el nombre de alguien tan feliz.
El joven lo miró de reojo, miró el cielo oscuro y nublado, y le dijo: "Mi nombre es Juan, Juan Larreta". <----Pinche ahí si es seguidor de Larreta.
1 comentario:
Qué notable historia!!!
Me parece que es como el primer capítulo de la "la historia no contada" de Larreta. Quiero saber más!!!
Igual heavy encontrarse a la "napier" en una fuente de soda de Plaza Italia con otro...
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