Te dejé ayer con la pierna cándida de tanto recorrer mi furia. Y no te cansaste.
Te pudiste ir apoyada en el viento amigo. Pero preferiste el bastón humilde de la rabia. Como siempre eres tú la que elige y nunca importó tanto la poca memoria.
Te engañas, siempre igual.
Te haces tanto daño con la punta de las letras que no quieres entregarme.
Te puedes llegar a sangrar con la guerra linda de tus labios cuando tocas mi cara. Y de eso jamás te das cuenta.
Pero igual te quiero.
A pesar de las letras de más abajo.
Te quiero y no dejo de pensar en el aroma pulcro de tus hombros. Porque ahí me dejaste dormir una tristeza. Ahí me dejaste aprender a vivir.
Firmaste tu amor en la arena. Y yo leí de la espuma el juramento. ¡Bendita ciudad!
Tu reloj, extraño tu reloj. Por las horas que me dejaste pendiente. Y por ese minuto en que pensamos que nos habíamos ganado un siempre.
Ven un rato, siquiera a buscar la cajita que trajiste de Venecia, o el cintillo que te encontraste en Mendoza...o mejor si quieres ven por mi.
1 comentario:
maravilloso relato, cómo decirte. A veces hay que hacer cosas que no se quieren hacer, y sin remedio se nos desgarra el corazón. :(
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