jueves, 22 de marzo de 2007

En el nombre del padre...


Te tomé rabioso de las pestañas pensando en clavar mi bayoneta dentro del espacio lento de tu nariz. Tenía frío. Y me diste un pedazo de papel armado con arena seca y tosca. Me dejaste dos gritos mareados y ni una sola firma de luz. Se te pasó la fiebre de las frases y disparaste letras roncas. El verso estaba de mi parte y los aromas, del tuyo. Me gustó seguir creciendo. Corriendo fuerte para soltar la costra de mi memoria. En el suelo quedó tirado un estero verde y solitario. Pero jamás se me olvidó. Tuve un mar de caracolas. Una sed marina. Un estornudo marino. Una mirada de valor de puta madre.
Se me fue el pelo. Se me fue la retina. Se me quedó colgado el dedo índice. Bajé de un bus de pétalos y la dureza del asfalto venía de los dientes que marcaban las líneas blancas.
Al final, me enseñaste a rezar. Pero no tenía imágenes de santidad. Tenía un gato negro e histérico. Era lo más cercano a un ángel.
Te pedí que me dejaras vivir. Y me dejaste arrodillado. Te pedí que me enseñaras a pensar. Y me regalaste esas botas de agua. Te pedí viajar por las montañas. Y me encendiste un cucurucho de papel en los oídos.
En tu nombre deje de lado la espuma. En tu nombre me hice viejo. En tu nombre tendré que mirar tumbas. En tu nombre agradezco la libertad. En tu nombre estuve siempre guardado. Y se te ocurrió convertirme en tu hijo. Y se te ocurrió que tenía que ser tu futuro. Y se te ocurrió que a mi me iba a gustar la vida.

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