domingo, 18 de marzo de 2007

Retiro


Este fin de samana fue especial. Libre de Larreta y del mundo, me fui a recorrer el campo. Conocí a don Artemio, un viejo marino que cambió la propela por el arado. Extraño, porque la mayoría de los hombres de mar mueren a su lado o en él. La cosa es que Artemio en los 90 buscó refugió cerca de Malloa. Como próspero tomatero se dedicó a escribir poemas y otras cosas. Me llamó la atención una frase típica suya: "Jamás hay que darle perlas a quien se asusta al verlas". Pues bien, Artemio tuvo una novia. Una mujer de salvadoreña que conoció en Panamá. Por allá por el 50 recorrió América en un Studebaker verde, con llantas cromadas. Al llegar a Chile, un accidente lo dejó sin su querida Marta. De ahí en adelante pasó por todos los puertos y aprendió de "la mar". Llegó a San Antonio y otra vez se enamoró. Quedo loco con una rubiecita de Llolleo que le prometió amor eterno. Ella era una de las mas finas putas del lugar. Artemio se ufanó siempre de haberla rescatado. Decidió ir más al sur. Así llegó con su conquista hasta Talcahuano. Allí duro tres meses. Y volvió hacia el norte. Fue pescador en Iloca y en una pelea, Ester, su "rucia" recibió tres balazos de una mujer despechada. Artemio quedó destrozado. Pensó en colgarse de un alerce o lanzarse desde un farellón. Pero no. Siguió viviendo. Pasaron las décadas. Años de soledad pura. Hasta que armó un restorán en Cartagena. Tres semanas alcanzó a tenerlo abierto. La comisión civil lo sorprendió haciendo de clandestino. Salvó la plata y fue entonces cuando decidió vivir en el campo. Compró un ranchito en Malloa. Se puso a plantar tomates y le salieron buenos. Otra vez se enamoro. Elsa tenía lo todo lo que él queria. Buen cuerpo. Linda sonrisa. Y era muda. Artemio no tuvo una vida tan fácil y por eso ahora quería puro gozar. Eso hasta el 5 de marzo de este año cuando un camión cargado de ripios dio cuenta de su caminata de ebrio junto a Elsa por el camino a Pelequén. Artemio ahora es uno más de los finados del cementerio de Malloa. Una tumba más con tres flores, una foto sin color y tres nombres: Marta, Ester y Elsa, que descansa a su lado. El resto de la historia... ¿a alguien le puede importar de dónde vino?

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